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lunes, 2 de enero de 2012

UNA REFLEXIÓN O UNA FORMA DESAHOGARSE

Han sido unos días de muchas celebraciones, de comidas familiares, de confesiones  con ojos ilusionados, por nuestra parte, que hemos tomado la firme decisión de comenzar a andar hacia nuestros hijos, de que, por circunstancias de la vida, estos emergerán de nuestro corazón en lugar de nuestras entrañas y aunque, seguramente, no tendrán nuestra mirada, observarán el mundo del mismo modo que nosotros lo hacemos ahora, y a pesar de que, seguramente,  su sonrisa sea distinta, si consigue esbozar una será gracias a nosotros, a sus tíos, a sus abuelos, a su familia y amigos,   su forma de  moverse, de decidir, de afrontar la vida y crecer  será el mismo modo en que nosotros lo hacemos y del modo en que se lo habremos transmitido a él  o a ella, pero parece que la carga genética, para mucha gente, todavía sea el único factor capaz de establecer vínculos afectivos entre personas, y sobretodo entre adultos y niños.
Estos días también estoy enfadada, enfadada con el mundo,  con los amigos, con parte de la familia porque parece que le silencio se ha instalado en nuestras vidas, porque percibo que para mi nuestro hijo o hija ya forma parte de nuestra vida, ya tiene un sitio en casa, en nuestras rutinas diarias, no puedo dejar de imaginar como serán las vacaciones de Navidad con él o con ella, o como habría sido la comida de Navidad si hubiésemos podido sentarle junto a los primos  o como habría sido la celebración del año Nuevo con su mirada asomando en el otro extremo de la mesa, y una punzada recorre mi alma,un profundo dolor me embarga porque parece que nadie más se acuerde de él o de ella. Quizás si tuviera una prominente barriga o bien s las molestias propias del embarazo todo el mundo recordaría que mi hijo o hija existe, que ya forma parte de mi vida cotidiana que ya me preparo para su llegada, que todo lo que hago es por él o por ella,  y ocuparía el lugar que merece en nuestra familia, que nadie temería  materializar nuestra futura, espero, maternidad y paternidad,  en palabras  ni en deseos positivos hacia nosotros, la única diferencia es que mi hijo o mi hija anida en mi corazón, en mi alma y se ha anclado en ella de forma perenne, aunque todavía no sepa si todo irá bien, si seremos idóneos, y o percibo que en el otro extremo del mundo una pequeña alma me aguarda, que una vida diminuta hace que la mía penda de la suya, y que hay unos ojos, seguramente de profunda tristeza, y un rostro infanitl que, aunque todavía no conozca, pronto será el vértice de mi vida, de la mía y de la de mi marido. Creo que esto es alguien que nadie atina a comprender , que nadie entiende que  los padres adoptivos empezamos a querer a nuestros hijos e hijas mucho antes de su llegada a  nuestras vidas, antes de que alguien nos muestre su foto o nos diga su edad, cuando nació y en que orfanato está. Al respecto hay una expresión que me gusta mucho de uno de los muchos libros que estoy leyendo (haré un post sobre esto)   que recuerda a un psicólogo Soulé, quien afirma que para que se de la filiación lo que prevale por encima del lazo sanguíneo, es el afectivo, sin este toda relación entre padres e hijos será un fracaso,  cosa que parece que mucha gente desconoce o no desea enteder. Y aunque no  cargue con una barriga  donde alberga una vida, siento la misma ilusión, ansiedad  y dolor que cualquier madre que aguarda la llegada de su hijo o hija.
Supongo que muchos de vosotros y vosotras os habréis sentido así alguna vez